Destellos en el suelo, las niñas pequeñas usan brillos en el cabello, en la cara, de colores.
Morado, verde, rosa, azul, amarillo... colores.
A ella le gustaban especialmente los morados y violetas, desde chico.
La primera vez que los uso supo que siempre le gustarían, que eran mágicos y bonitos, y que el día que muriera quería que le cubrieran los ojos con brillos para no verse tan muerto. Su padre había muerto hacia un mes, y su rostro lució palido a pesar de ser negro. Vivían en Veracruz, nacido en alguna isla del caribe. Su madre era bruja, y su padre pescador, y su abuelo, y su bisabuelo también lo fueron, así que el debía serlo aunque no quisiera.
Las sirenas inundaban sus sueños, brillantes escamas de colores. Solo le gustaba ir a pescar al mar para ver si en una de esas podía ver una sirena. Pero nunca pasó.
El día que el padre murió, fue culpa suya, si, de Pablo. Se fue a buscar a las sirenas con la puesta de sol, y allá se le hizo noche. El padre al ver que le faltaba la lanchita pidió prestada una para ir a buscar a su único hijo varón, lo fue a buscar al mar. Nunca volvió.
El pequeño Pablo regreso por la mañana, regresado a tierra por el mar gentil de ese día. Pero cuando volvió el padre no estaba, solo la lancha había vuelto, sola. Días después el mar escupió un cadáver. Nunca se supo como fue que pasó, el era buen nadador, y a pesar de haber caído, se podía haber salvado. Pero no fue así.
"Tal vez las sirenas lo mataron", le dijo un día Don Gaspar a Pablo "esas no son cosa buena".
Publicado el 5 de Enero de 2016 en Hieronymusforget
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