Los libros se van, vuelan lejos a donde los inocentes puedan leerlos, donde alguién aún quiera soñar con ese tipo de cosas.
Ahora los hombres montan trenes que trabajan con carbón, se prolongan los espacios de tiempo en los que los corazones yacen heridos, y los cerebros son hastiados por la televisión.
Ahora los hombres montan trenes que trabajan con carbón, se prolongan los espacios de tiempo en los que los corazones yacen heridos, y los cerebros son hastiados por la televisión.
Las sonrisa de los ancianos, algo bizarra, perdida entre su piel arrugada, asusta a los niños, los niños quieren leer, quieren soñar...
Yo quiero soñar.
Yo quiero soñar.