La brisa fresca de la mañana me despertó, esa luz nueva y blanca que toca gentilmente las copas de los arboles, parece que juguetea con las hojas como un baile de felicidad, recorre las hojas hasta que sus tibios rayos caen en mi rostro, me acarician. Cierro los ojos por un momento tratando de recordar cómo me acariciaba mi madre en las mañanas cómo esta, mañanas en las que me sentía afortunada. Una cálida luz de consuelo, pero no es consuelo lo que quiero; sin embargo agradezco la intención y sobre todo, agradezco el que me haya despertado de ese dulce sueño, uno de esos sueños que ya no valen la pena tener. Las ilusiones no tienen cabida en mi, ni en nadie que aún viva.
Me enderezo lentamente, dolorida, herida, hambrienta. Ya han pasado tres días desde la última vez que probamos bocado. Cada vez que despierto parece que duele más, ya no me mantengo fácilmente en pie, me sostengo un costado, estoy sangrando, él me mira y ríe:
—Me sorprende que no te hayas desangrado mientras dormías.
—Tengo una jodida suerte— dije mientras me enderezaba lentamente.
—Vaya que si, hoy nos llevarán al rastro.— Dijo Jerome con ironía.
Es la primera vez que me llevan al rastro, he oído hablar de ese lugar, que como bien lo dice su nombre es un lugar de comercio, intercambio de presas de todo tipo, alimentos, joyas, objetos, para los que aún se dan esos lujos. Pero Jerome ya ha estado varías veces ahí. Esta es la primera vez que va como presa, a ser vendido como esclavo, o quien sabe que.
Después de la caída, todo se fue a la mierda, la diplomacia duro lo más que pudo soportar, hasta que quedó como un termino obsoleto. Otras personas tienen el mando. La mayoría de los tribunales, sociedades, uniones o lo que sea que hayan sido, desaparecieron, muchos de ellos asesinados a modo de acto simbólico, o eso es lo que oí cuando aún vivía del otro lado, en mi tierra. Aquí, ahora, no se nada de lo que ocurre en el mundo.
Observo, la mayoría sigue durmiendo, la noche fue fría, están por venir las ultimas noches del invierno. Los amaneceres han comenzado a anunciar la primavera. Se escucha un llanto sordo y quedo, volteo a mirar al único niño que sobrevivió el frío y el hambre de estos meses, las lagrimas corren limpiando la mugre de las mejillas, lagrimas que parecen revestir la piel con terciopelo, hasta llegar hasta los labios agrietados y al rojo vivo.
Por la mañana la más anciana del grupo murió, deshidratada como todos aquí. Tenía una infección estomacal que nos mantuvo a todos alejados de ella en sus últimas horas, ciertamente cada quien se preocupa únicamente por sí mismo y nada más, somos como cabras espantadas y nerviosas, todas corriendo por su lado para intentar salvar el pellejo.
Como todas las mañanas, esos hombres llegan, rodean la jaula y nos miran con detenimiento, con ojos acusadores, ojos muy abiertos, llenos de venas rojas y violetas, miran el cuerpo sin vida y tieso de la vieja que ya ha empezado a heder, hablan entre sí, pero ya no puedo atender a sus charlas, no pongo atención a nada, sólo pienso y pienso en lo cerca que estuvimos de salir de éstas jaulas humillantes, jaulas de esclavos en este siglo, parece impensable.
Publicado el 1 de Junio de 2015 en Hieronymusforget
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